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Bola

El sastre

29 Mei 2015   16:14 Diperbarui: 2 Februari 2018   00:00 102 1
Viajé a Kalkodinia con la intención de visitar al sastre. Dom Pérez era el sastre de la empresa. Un paso necesario tras el ascenso. Terminó el tiempo en el que mis aspiraciones se veían cercenadas por lo aburrido de la actividad que desarrollaba. Eso de coger y trasladar cajas nunca fue lo mío. Por fin había logrado un puesto en la junta directiva. Pero era necesario lucir el traje oficial con su correspondiente logo. Dom Pérez era un señor regordete, con gafas que, cuando miraba a la persona, dejaba resbalar por su angulosa nariz. Después de esperar durante unos interminables veinte minutos porno damowe por fin estaba ante él. Esperaba que todo fuera muy rápido pero me equivoqué. Nada de tomar medidas ni de cintas métricas, cinturas, alfileres y remaches. Simplemente abrió la gran sala dedicada a la empresa y mostró, ordenadas, todas las prendas. Me sorprendió que, si no iba a tomar medidas, tomara con la mano izquierda su cuaderno de notas y, con la mano derecha, se dispusiera a escribir sobre el mismo. Me preguntó por mis medidas y, como yo no las recordaba con claridad, de un rápido vistazo me dijo: 48 en el pantalón y 53 en la chaqueta. Acto seguido buscó entre las ordenadas prendas y me pidió que me vistiera con ellas, justo allí en el probador que, para esos efectos, había colocado detrás de una estantería. Salí, al poco tiempo. De un vistazo comprendió que el pantalón requería un número más y también la chaqueta. Tampoco las nuevas tallas consiguieron su efecto. Combinó diversos colores. Realmente el gris marengo era el que me sentaba mejor y el más apropiado para mis nuevas funciones directivas. Pero no acababa de conseguir la combinación exacta. Por fin lo tengo –exclamó jubiloso- esto es justo lo que necesitaba. Jovial y alegre me indicó que no había forma de adaptar una de esas prendas porque mi cuerpo era algo asimétrico. Mi columna estaba curvada, sin duda una consecuencia de dormir en mala postura, de estudiar mucho o de trabajar hasta muy tarde. No había más remedio que cortar. Ya más tranquilo le comenté que si ese detalle iba a largar mucho la confección del traje. Me comentó, reiterativo, que los trajes estaban hechos y que sólo había que “cortar”. Acto seguido rellenó un formulario con dos copias, una de ellas color azul y otra de color sepia. Me indicó que pasara por caja y que allí me dirían. Pagué una cantidad que, me advirtieron, no era el coste completo de la prenda sexo gratis sino sólo el de los accesorios. Acto seguido fui introducido en una gran sala. Todo tenía un aire aséptico, las lozas eran blancas y las paredes pintadas de verde. Una agradable enfermera me pidió que me desnudara. Seguí pensando en la meticulosidad de aquellas personas. Después me preguntó si estaba en ayunas. Creí que era para ofrecerme un vaso de leche. Le indiqué que sí, que no había comido nada. Entonces, aliviada, me hizo tumbar sobre una camilla y me tapó con una sábana. Agradecí ese detalle que preservaba mi intimidad. Luego todo pasó muy ligero y apenas lo recuerdo. Oía palabras a lo lejos y diversos sonidos eléctricos. Me recordaba a la consulta del dentista. Sentía como una especie de extraña borrachera. Cuando recuperé la plenitud de mi conciencia encontré, otra vez, la sonrisa de la enfermera. No había ningún problema todo estaba muy bien. La amputación había sido un completo éxito. Le pregunté que qué era eso de la amputación. Me contestó, risueña, que yo ya lo sabía, que con los calmantes había perdido la memoria, que el traje no quedaba bien y el sastre había decidido “cortar”. Ahora, ya sin la mano izquierda –apéndice innecesario pues me quedaba la derecha- el traje caería con mucha más elegancia. Sonreí agradecido, sin apreciar todavía lo que quería decir. Pasaron los días y, cuando me despedía del amable equipo humano que atendía las instalaciones anexas a la sastrería, comprobé con espanto que no podía abotonar mi ropa, pues faltaba una de mis dos manos. Compungido pensé que quizás fuera mejor así. Realmente con una, y bien empleada, era bastante y además sus razones tendrían para que primara la elegancia cam porno sobre la polidactilia. La visita al sastre me dejó mal sabor de boca. Lo vi algo contrariado. La chaqueta no acababa de quedar bien. Estaba pensando en una liposucción pero se acercaban las vacaciones y no quería dejar nada pendiente para el final del verano. Comentó que, de momento, la solución sería otra y que, después de varios meses ya comentaríamos el resultado. Fue así como colocó sobre mi costado un durísimo corsé. Cortaba la respiración y, desde entonces, mis días son jadeante y no puedo realizar el mínimo esfuerzo, pues me falta el aire. Sin embargo, tras apretar mis flácidas carnes, era evidente que el traje quedaba mucho mejor. Pagué firmando con mi mano derecha y ayudándome con el muñón de la mano izquierda. Por fin me sentí contento y, por supuesto, agradecido.

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