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Sosbud

Cuestion Animal

29 Mei 2015   16:00 Diperbarui: 17 Juni 2015   06:28 57 0
Esa mañana amanecí renovado. La jornada anterior había sido agotadora. Lo acompañé al concurso. Permanecí firme junto a él para transmitirle calma; porque, aunque no me lo dijera, yo percibía sus nervios. Su mirada, su andar y su inquietud inusual lo delataban.
No era la primera vez que iba, así que no sé por qué andaba tan nervioso. De todos modos, permanecí a su lado.
El sol impregnaba una energía descomunal en mí, no sé si por la disposición anímica o por qué todo sincronizaba perfectamente aquella mañana.
Creo que después de un evento tan extraordinario uno se siente más libre, y hasta engaña a la rutina. Estar entre cuatro paredes la mayor parte del tiempo termina por enaltecer cualquier suceso especial. No es que lo haya sido para mí, pero acompañarlo a él, y verlo tan dispuesto a mi compañía, resultaba ser un suceso gratificante, especial.
Los olores, renovados. Hasta los podía tantear. La fatiga del acompañante es dura, sobre todo si uno absorbe las mañas del participante. Tendría que haber un reconocimiento para terceros. Pero creo que la fatiga influyó en el amanecer rejuvenecido. Qué mejor premio.
Qué mejor premio, que el de no amanecer envuelto en la tabacosa atmósfera del cuarto, impregnado de soledad.
El sol despuntante, los olores diáfanos, la energía del día; nada indicaba lo que iba a suceder.
Tomé una gran taza de leche desbordada de esos cubos estirados y crocantes que tanta diversión me causan disolverlos en la boca mientras van manchando la leche.
Nada lo indicaba.
Había que notar que, a pesar de la alegría del nuevo día, y del anterior, me sentía locamente libre.
Por supuesto que, después del abundante desayuno, decidí dar un paseo, para no perder la costumbre dominguera. Pero sentía muchas ganas de correr. Y así fue de hecho: una vez en el parque, decidí calmar esa ansiedad y empecé la carrera. No debería hacer de ese acto algo tan especial; creo que me vendría bien agregarlo al inventario videos xxx porno de los domingos. Sólo que después de lo sucedido, no sé si habrá tal inventario.
Me dio lástima dejarlo así, solo. Tan contento que se veía. Pero la libertad no obedece a normas. Además, debería haber prevenido el imprevisto, siendo ése un día tan desacostumbrado. Todo se prestaba a que sucediera. Él nunca amanecía tan predispuesto ni nunca me había preparado un tazón de leche, y nunca, pero nunca, iniciaba su día sin un cigarrillo en la mano. Y no sé por qué seguía tan ceremonioso. El evento había pasado, y él obtuvo su premio por llevarme a que hiciera esos trucos, que me enseñó, hace mucho tiempo, en el parque. Otras veces también lo obtuvo, así que no sé por qué tanta ceremonia.
Sucedió que, de pronto, mientras estiraba las piernas, agachándome hacia el suelo, miro a través del arco, y veo que las patas de él no estaban en la posición usual: agarradas al pasto. Al instante, un destello, nacido en las vértebras, recorrió mi cuerpo y murió en mi vientre. Pensé que se había escapado. El sólo hecho de no contar con su compañía arruinaba todos los planes del día. Pero no, una vez retomada la postura erguida, y tras una sondeada más atenta, confirmé lo inesperado.
Dejarlo, sólo hubiera sido una lástima. Ahora pienso que la libertad se nutre de posibilidades, así que decidí no ser tan determinante y opté por revelar mi verdadera inclinación. Le cuesta aceptarme, lo sé, no me mira ni actúa como siempre, y hasta me prepara un gran tazón de leche todas las mañanas, creyendo, tal vez, que voy a volver a ser “el picho” de siempre. Desconfío de tales consideraciones, temo que en un futuro nuestra relación se torne asfixiante. En ese caso, sí tendré que escapar. Pero la verdad que ahora me siento libre, tan libre, que a pesar de estar entre cuatro paredes, puedo trepar por el amoblado, disfrutar de la sensación suave que causa la tela en mis garras, y hasta apretarme cálidamente al rondar en los pies de él. Porque ahora que no oculto mi verdadera identidad, descubrí que la vida tiene otro sabor, y ¡hasta controlo mucho mejor mi cuerpo! Sacar la lengua, movilizarme nerviosamente y mover la cola para un amo, definitivamente, no es para mí. Prefiero la libertad que otorga sentirse huésped, por un tiempo, en casa ajena.
Esa mañana, me encontré con que Picho estaba arriba de un árbol: primero, vi la cadena colgando, pensé que alguien me lo había estrangulado. Pero al recorrer el trayecto del colgante, me esperaba un horror más grande: Picho estaba cómodamente sentado en la copa del árbol, y se relamía, lascivamente, las patas. Desde esa mañana nada puede ser como antes: el paseo no puede ser. La carrera no podrá ser. El veterinario me recomendó un buen psicólogo, es un caso extraordinario: el animal vive totalmente aislado en su departamento, ni siquiera tuvo contacto con uno de otra especie, sentenció. Pero yo pienso que esa es la causa de su trastorno. Uno entre cuatro paredes se puede volver tan loco, que hasta cree poder discernir con qué tipo de animal duerme en verdad. Ya no sé cómo llamarlo.

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